23 jul 2008

El Reloj de Arena



Está bien que se mida con la dura

sombra que una columna en el estío

arroja o con el agua de aquel río

en que Heráclito vio nuestra locura


El tiempo, ya que al tiempo y al destino

se parecen los dos: la imponderable

sombra diurna y el curso irrevocable

del agua que prosigue su camino.


Está bien, pero el tiempo en los desiertos

otra substancia halló, suave y pesada,

que parece haber sido imaginada

para medir el tiempo de los muertos.


Surge así el alegórico instrumento

de los grabados de los diccionarios,

la pieza que los grises anticuarios

relegarán al mundo ceniciento


del alfil desparejo, de la espada

inerme, del borroso telescopio,

del sándalo mordido por el opio

del polvo, del azar y de la nada.


¿Quién no se ha demorado ante el severo

y tétrico instrumento que acompaña

en la diestra del dios a la guadaña

y cuyas líneas repitió Durero?


Por el ápice abierto el cono inverso

deja caer la cautelosa arena,

oro gradual que se desprende y llena

el cóncavo cristal de su universo.


Hay un agrado en observar la arcana

arena que resbala y que declina

y, a punto de caer, se arremolina

con una prisa que es del todo humana.


La arena de los ciclos es la misma

e infinita es la historia de la arena;

así, bajo tus dichas o tu pena,

la invulnerable eternidad se abisma.


No se detiene nunca la caída

yo me desangro, no el cristal. El rito

de decantar la arena es infinito

y con la arena se nos va la vida.


En los minutos de la arena creo

sentir el tiempo cósmico: la historia

que encierra en sus espejos la memoria

o que ha disuelto el mágico Leteo.


El pilar de humo y el pilar de fuego,

Cartago y Roma y su apretada guerra,

Simón Mago, los siete pies de tierra

que el rey sajón ofrece al rey noruego,


Todo lo arrastra y pierde este incansable

hilo sutil de arena numerosa.

no he de salvarme yo, fortuita cosa

de tiempo, que es materia deleznable.

- Jorge Luis Borges

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